Mediante esta técnica, como su propio nombre indica, se restringe el tiempo que el paciente con insomnio puede pasar en la cama cada noche.
Su principal objetivo es aumentar la presión de sueño a la hora de irse a dormir, generando una pequeña privación de sueño que repercute en una disminución del tiempo de latencia del sueño. Antes de iniciar el tratamiento, el paciente debe completar un diario de sueño durante un mínimo de dos semanas, que servirá para calcular el tiempo que el sujeto cree que duerme cada noche. Si, por ejemplo, el diario de sueño indica que, durante las dos semanas de registro, el individuo ha dormido una media de cuatro horas, este será el tiempo máximo que el individuo puede pasar en la cama al comienzo de la terapia. Este tiempo se alargará progresivamente a medida que el paciente duerma al menos el 85% del tiempo que permanezca en cama. El paciente fija con el terapeuta la hora deseada para levantarse, por ejemplo las 7:00 horas, y a partir de este dato se acuerda la hora mínima en que el paciente podrá irse a la cama en el caso de que tenga sueño.
Al principio es esperable que el paciente oponga cierta resistencia a estos horarios e incluso que aparezcan algunos efectos secundarios a la restricción del tiempo en cama. Los pacientes suelen referir que están cansados y somnolientos como consecuencia de la leve privación de sueño que sufren durante algunos días. Por ello debe ser utilizada con precaución en personas que deben conducir o manejar maquinaria peligrosa. Sin embargo, este es el mecanismo terapéutico de la restricción del tiempo en cama: inducir un aumento de la presión de sueño y de la necesidad de dormir. Esta técnica estaría contraindicada en los pacientes con trastorno bipolar, ya que en estos pacientes una privación aguda de sueño puede desencadenar un episodio de manía.