“Modelo de las 3 P»: predisponente, precipitante y perpetuante.
Este modelo considera que el insomnio crónico es el resultado de una serie de factores conductuales y cognitivos que lo perpetúan, con independencia de las causas que lo pudieron originar. Determinadas características individuales, que pueden ser de tipo genético, fisiológico o psicológico, hacen que algunas personas sean más vulnerables que otras a sufrir insomnio; estos son los factores predisponentes. Por ejemplo, los individuos que presentan un mayor nivel de activación fisiológica, o que presentan niveles basales de ansiedad más elevados, tienen mayor predisposición a tener un sueño alterado. Algunos acontecimientos vitales, como una situación de estrés laboral, la muerte de un ser querido o sufrir un determinado problema de salud, pueden inducir insomnio agudo en determinadas personas con mayor vulnerabilidad a presentar problemas de sueño: son los llamamos acontecimientos precipitantes. El insomnio que suele aparecer asociado a estos acontecimientos vitales estresantes, habitualmente desaparece cuando el individuo se ajusta a la nueva situación o desaparece el acontecimiento que lo precipitó. Sin embargo, el insomnio puede convertirse en crónico si, como respuesta a sus dificultades para dormir, la persona desarrolla pensamientos negativos acerca del sueño, una ansiedad anticipatoria y/o una serie de actitudes, creencias erróneas y comportamientos que perpetúan su problema de sueño; son los llamados factores perpetuantes.
El tratamiento mediante la TCC del insomnio se centra en modificar los comportamientos y cogniciones del individuo que perpetúan y agravan estos problemas. La eficacia de estas técnicas se ha demostrado sobre todo en la mejoría de las alteraciones del sueño nocturno.
Es frecuente que las personas que sufren insomnio pasen demasiado tiempo en la cama. Por ejemplo, se acuestan muy temprano, con el fin de forzar la aparición del sueño, o permanecen en cama a lo largo del día (con el objetivo de recuperar la falta de sueño de la noche anterior). Sin embargo, estos comportamientos no solo no favorecen el sueño (el sueño no es un proceso que se pueda forzar), sino que además alteran el mecanismo homeostático que aumenta la presión de sueño, o necesidad de dormir, a medida que se alarga un periodo de vigilia. Otra práctica habitual es retrasar la hora de levantarse por la mañana, tras una mala noche de sueño. Este hábito puede alterar el funcionamiento del reloj biológico circadiano acoplado al ciclo de luz y oscuridad ambiental, que regula nuestro ciclo de actividad-reposo. Mediante este tipo de conductas, las personas con insomnio tienden a desincronizar su reloj biológico con respecto a las señales externas que marcan el horario para estar despierto y el horario para dormir.
Además, aparecen las respuestas de ansiedad y pensamientos negativos cuando, noche tras noche, la persona con insomnio está en la cama sin poder dormir. Por un proceso de aprendizaje, la cama y el dormitorio dejan de asociarse al descanso y al sueño y pasan a asociarse a la angustia, la preocupación por no poder dormir y las consecuencias de este problema al día siguiente. La cama y el dormitorio se convierten, por un proceso de condicionamiento, en estímulos señal que inducen activación y ansiedad. Por otra parte, es frecuente que el individuo, cuando no puede dormir, utilice la cama y el dormitorio para otras actividades distintas a dormir, tales como ver la televisión, leer, utilizar la computadora u organizar la agenda para el día siguiente, por ejemplo. Mediante la realización de estas conductas, la cama y el dormitorio se asocian a actividades que requieren estar despierto y dejan de asociarse a la “desconexión mental” que precede a la aparición del sueño.
Bibliografía:
«INSOMNIO CRÓNICO: SUBTIPOS BASADOS EN HALLAZGOS POLISOMNOGRÁFICOS, PSICOPATOLÓGICOS Y NEUROPSICOLÓGICOS.» Julio Fernández Mendoza, Universidad Complutense de Madrid, 2010